sábado, 6 de julio de 2013

La Montaña más alta, la primavera tardía, y el cambio de escala

El pasado domingo 30 de junio me levanté a las 7:30 de la mañana en Covarrubias, Burgos. Desayuné, cogí mi cámara, mi sombrero de paja, las gafas de sol, saqué la cantimplora de la nevera, y salí por el camino de Mamblas, dispuesto a subir a la Muela, la montaña más alta de esa sierra. Hacía más de 10 años que no subía allí.

La Muela. La montaña más alta de la Sierra de las Mamblas. Covarrubias. Burgos.
A menos de 100 metros me encontré con algo inesperado: las lluvias y el frío de los últimos meses habían provocado el retraso de la primavera. Las cunetas del camino estaban llenas de arbustos verdes, nuevos brotes, hierba y flores. Saqué la cámara, que no había pensado usar hasta llegar a la cumbre, y empecé a hacer fotografías.






No recordaba bien la ruta y, en la primera bifurcación, giré a la derecha. Me adentré por un camino cada vez más rodeado de vegetación. La primavera estaba exultante. Seguí haciendo fotos.







Hacía muchos años que no disfrutaba de un paseo por el campo en primavera, en Covarrubias. Recordaba que la última vez que la había visto en todo su esplendor fue a finales de mayo. ¿Cómo podía haberse demorado tanto este año?




Avanzaba la mañana. Cada vez había más insectos. Me gustaba que aparecieran en las fotos, con las flores.





Cuando me di cuenta de que había cogido el camino equivocado ya eran las diez y media. Pensé que se me había hecho tarde para subir a la Muela y volver a comer con mi familia. ¿O quizá no? Volví sobre mis pasos. Traté de caminar rápido, pero no podía evitar seguir haciendo fotos.



Perseguí algunas mariposas. ¿O se dejaban perseguir ellas? Me daba la impresión de que esperaban a que me acercara y las apuntara con la cámara para revolotear otra vez y posarse unos metros más adelante, en el camino, y volverme a esperar. ¿Estaban coqueteando conmigo?



Tiré muchas fotos. Todo me parecía precioso. No me importaba no subir esa mañana a la Muela. Ya subiría otro día, a lo largo del verano, cuando sólo floreciera el tomillo y el espliego.



Llegué al camino de Mamblas de nuevo. Ya eran más de las doce. Me parecía muy pronto para volver a casa, y continué subiendo hacia la Muela durante un rato. Una máquina había pasado recientemente para ensanchar el camino y eliminar los baches habituales. Esto hacía que no tuviese apenas hierbas verdes, arbustos ni flores en los márgenes. A pesar de eso aún hice alguna foto más.




Volviendo a casa, pensé que algunas veces es más interesante el camino que la meta que nos habíamos fijado, sobre todo cuando ésta nos puede esperar durante más tiempo. 

También pensé que a veces es bonito desviarse del camino que llevamos en nuestra vida, de los planes que hacemos, aunque al principio nos pueda parecer un error, o que hayamos perdido la buena dirección. 


Y otra cosa más: que de vez en cuando es bueno alzarse sobre lo cotidiano, y mirar nuestra vida con perspectiva, desde un plano superior, como desde lo alto de una montaña, y preguntarse ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿cuánto tiempo me queda? Eso es lo que hace el replicante de Blade Runner cuando sube a la Tyrell Corporation (forma de pirámide, idea de montaña) a preguntárselo a su creador. Pero que otras veces conviene cambiar este enfoque a la escala exactamente contraria, la más pequeña. Mirar las cosas a la altura de la hierba, de los insectos, y disfrutar de los pequeños detalles, del mundo cotidiano, del día a día.