viernes, 9 de diciembre de 2016

La Tierra Media entre Francia y Alemania


Yo conocí la Tierra Media antes de haber leído El Señor de los Anillos. Fue en uno de mis largos veranos en Covarrubias, Burgos. Creo que era 1.986, tenía 12 años.


Vista de Luxemburgo desde Eich, de William Turner, hacia 1.839. Museo Nacional de Historia y Arte de Luxemburgo.
¿Minas Tirith?


Durante aquel verano, de lunes a viernes, después de comer, mi primo Quique, mi hermana Laura y yo íbamos a ver la serie El Gran Héroe Americano a casa de nuestros primos segundos, Luis Ángel y Pili. Todos vivíamos en el mismo barrio, el arrabal de San Roque.


Detalle de Paisaje holandés, Jan Van der Maaten, siglo XIX. Museo Nacional de Historia y Arte de Luxemburgo.
¿La Comarca?


Uno de los capítulos que echaron entonces iba sobre un juego de rol al que jugaban los alumnos de una escuela donde el profesor Hinckley y sus amigos investigaban algo. Yo no entendía nada de lo que decían sobre el juego. El rol apenas se conocía en España, todavía faltaban 8 años para el crimen que lo dio a conocer en todo el país (ver noticia aquí).


Retrato de Joseph Le Coeur, por Pierre-Auguste Renoir, 1.870, en el Museo Unterlinden de Colmar.
¿Un Hobbit de La Comarca? Frodo, no disimules.


Por la tarde, Quique nos contó que él jugaba a algo similar con sus amigos de Madrid, uno que iba sobre la Tierra Media, un mundo fantástico. Les daban una misión, buscaban tesoros, hacían magia, luchaban contra orcos y dragones, conquistaban fortalezas, se enfrentaban en batallas... Todo con la imaginación, decía.
     —¿Pero cómo se puede jugar a eso sólo con la imaginación? —le preguntaba yo, que no entendía.
     —Es que no necesitas nada más —decía él.
Luego nos contó que usaban dados para decidir los acontecimientos que se iban sucediendo, y empecé a comprender algo. También nos dijo que esa noche iba a llamar por teléfono a su padre, desde la cabina, para que le trajera el juego cuando viniera ese fin de semana, y así nos lo enseñaba.


Recreación de las construcciones galas conocidas como Couloirs, en el Museo Nacional de Historia y Arte de Luxemburgo.
¿Viviendas de los hombres de Rohan?


Ni Luis Ángel, ni Pili, ni mi hermana quisieron apuntarse, pero Jose y Jesús (otros amigos del arrabal), Quique y yo empezamos a jugar una partida cada vez más larga. Quique hacía de dangeon master, y nos llevaba por ese mundo de fantasía donde Jose era un enano con hacha, Jesús un hobbit con espada corta, Quique un mago gris con cayado, y yo un guerrero con mandoble. Nos llamábamos Gimli, Frodo, Gandalf y Aragorn, y estuvimos más de una semana viajando por la Tierra Media, con la imaginación.


Representación antigua de Graoully, el dragón legendario que habitaba en el anfiteatro de Metz y que fue vencido por San Clemente.
Cuelga de las bóvedas de la cripta de la enorme catedral gótica.
No sé a ustedes, pero a mí me parece un Nashgul.


A los pocos días se empezó a acumular tensión más allá de las cuatro paredes donde nos encerrábamos a jugar por las tardes, en casa de Jose y Jesús. Luis Ángel se molestaba porque quería salir a dar vueltas con la bici, o a jugar al fútbol, o a tirar piedras al río, o a cualquiera de las muchas otras cosas que solíamos hacer siempre juntos, y no entendía que siguiéramos jugando a eso un día tras otro. Laura y Pili se desentendieron de nosotros, nos consideraban unos aburridos y se iban por ahí solas o buscaban otras amigas. 


Detalle del panel de la Resurrección del Retablo de Isenheim, siglo XVI, de Mathias Gothart Nithart, llamado Grünewald,
en el Museo Unterlinden de Colmar.
A mí me parecen hombres de Gondor fulminados por el Poder Oscuro de Sauron


A nuestros padres les empezó a preocupar muy seriamente que nos encerráramos todas las tardes en una casa estando de vacaciones en el pueblo, en verano, con lo bien que nos venía salir, hacer ejercicio, tomar el sol.
     —¿Pero a qué jugáis tantas horas ahí encerrados? ¿Por qué no salís a que os dé el aire?


No es el foso del anfiteatro romano de Tréveris, sino las moradas de los Orcos de Isengard.


Las críticas y sospechas contra el juego misterioso que nos mantenía recluidos todas las tardes se empezaron a generalizar en nuestras familias, abuelos incluidos, llegaban a comentarlo entre ellas y, tras la última aventura en la que vencimos a un grupo de 40 orcos que nos venía persiguiendo, decidimos dejarlo. Eran orcos de Isengard, nos dijo mi primo. Porque hay dos razas de orcos, y nos explicaba las diferencias, que ya no recuerdo. Acabamos con todos a pesar de recibir muchas heridas, lo celebramos con entusiasmo, y luego volvimos a quedar con Luis Ángel, Pili y mi hermana para seguir jugando en la realidad del arrabal, la era y el río, como siempre habíamos hecho.


Gárgola llamada el Diablo de los Judíos, tallada hacia 1.300, proveniente de la iglesia de Notre Dame de Rouffach. Museo Unterlinden, Colmar.
¿Uno de aquellos 40 Orcos que nos hizo sufrir tanto?


Cuando volví a Móstoles en septiembre pregunté por El Señor de los Anillos en un par de librerías de barrio, y ninguna lo tenía. Luego fui a la biblioteca municipal, lo encontré, y me leí las tres partes, a una por mes. Todavía recuerdo estar leyendo el final de la tercera parte una noche de fin de semana, muy tarde, en la cama, el momento en que Frodo no se decidía a arrojar el anillo al Monte del Destino, mientras yo no podía dejar de pasar una página tras otra, a ver si lo terminaba lanzando allí o no, y el resto de mi familia veía Gigante en el salón, hasta que la peli se acabó, a las tantas, y vino mi hermana mayor, que dormía en la litera de abajo, y me dijo que me había perdido una peli muy buena, y yo le contesté que más buena que el libro que yo estaba leyendo no podía ser. 
     —¿Tanto te está gustando? 
     —Un montón.


Un detalle del Orco. Es de Isengard, claro. ¿O de Isenheim?


El Hobbit me lo leí enseguida, y me decepcionó un poco después de haber leído la gran obra. Luego leí el Silmarillion. Conozco a muy pocas personas que lo hayan leído, y a ninguna que le haya gustado. No sé en qué grado de exaltación fantasiosa debía estar yo en ese momento, pero a mí me gustó mucho, aunque ya no recuerde casi nada de sus largas historias mitológicas alrededor de fuerzas sobrenaturales, dioses buenos, un dios malvado y su fiel servidor, joyas mágicas, razas que poblaron la Tierra Media, reinos antiguos de los hombres, y anillos de poder. No fue fácil de leer, eso lo recuerdo, pero estoy seguro de que siguió ejercitando mucho mi imaginación y mi interés por todo tipo de mitologías e historias antiguas.


Detalle del Panel de la Tentación de San Antonio, del Retablo de Isenheim (¿o Isengard?), de Grünewald, en el Museo Unterlinden, en Colmar.
Se puede ver un mago con cayado (¿Gandalf? ¿Quique?) en el cielo, y a unos Orcos combatiendo en la Tierra (Media).


El verano siguiente, en Covarrubias, Jose y Jesús me contaron que también se habían leído El Señor de los Anillos y el Hobbit, pero no el Silmarillion. Comentamos muchas cosas de estos libros con Quique los primeros días, le hicimos preguntas sobre la Tierra Media, sobre su juego y sobre Tolkien, pero al poco volvimos a interactuar con el mundo real del pueblo, que cada vez disfrutábamos más.


No es un profeta, tallado hacia 1.350, ni proviene de la colegiata de San Martín de Colmar.
Es el mago Saruman, señor de Isengard (¿o de Isenheim?), que ha sido atraído por el poder de las Sombras. 


No volví a jugar nunca a un juego de rol, ni a leer libros de fantasía similares, aunque sí que recuerdo que a los 14 años, en primero de BUP, la profesora de literatura nos preguntó en la presentación del curso si nos gustaba leer, y si alguno había leído El Señor de los Anillos, como por poner un ejemplo. Levanté la mano muy contento por la pregunta, y sólo otro chico más de clase la levantó también. A lo largo del curso ese chico, que también era introvertido, me dijo que estaba leyendo otros libros similares, que le gustaban más, los de la Dragonlance, que eran varias trilogías. Me saqué uno de la biblioteca por curiosidad, y me decepcionó, me pareció realmente malo, creo que no lo terminé. Lo devolví, y no volví a investigar más sobre esos mundos de fantasía.


No es la Torre de la Catedral de Estrasburgo, la construcción más alta del mundo desde 1.647 hasta 1.874.
Es La Torre de Isengard, de Saruman, donde estuvo cautivo Gandalf (¿o Quique?).


En 2.001, cuando se estrenó en España, vi La Comunidad del Anillo de Peter Jackson. Tenía 27 años. La película me gustó, pero no me transmitió lo que me había transmitido la novela, por la ambientación general y algunas secuencias trepidantes, aunque me ayudó a recordar partes que había olvidado. Lo peor de todo fue que me borró de la mente las imágenes de ese mundo que había formado en mi mente adolescente, y que fueron sustituidas por las de la película. También vi las otras dos películas cuando se estrenaron, Las Dos Torres y El Retorno del Rey, al año siguiente y al otro, con las mismas sensaciones que la primera.


No es una clave de bóveda (La clave) con dragón inscrito, de finales de la edad media, en el Museo Metropolitano de Metz.
Es Smaug el Dorado, que guarda su tesoro en la cueva, ajeno al acecho de Gandalf (¿o de Quique?), Bilbo y su compañía de enanos.


Y así quedó mi historia con la Tierra Media, hasta que el verano pasado hice un viaje a Alsacia, pasando por Luxemburgo, Tréveris, y Metz, y mi imaginación, entrenada para ello desde hacía tanto, empezó a volver a trabajar. Todo empezó cuando visité el Palacio de Rohan, al que comencé a llamar del Rey de Rohan, por hacer una gracia, en Estrasburgo, y continuó cuando contemplé el Retablo de Isenheim, cuya palabra me recordó la de Isengard (es evidente, ¿no?), en el Museo Unterlinden de Colmar, y empecé a atar cabos. Después seguí encontrando en el mismo museo imágenes que me recordaban a la Tierra Media. Más tarde comprobé que tenía más imágenes sugerentes guardadas en mi cámara, y seguí encontrando más a lo largo de lo que me quedaba de viaje.


No es el ábside medieval de la Porta Nigra de Tréveris,
Son fortificaciones de las ciudades de los hombres del Reino de Gondor.


Como sabéis, J.R.R. Tolkien era sudafricano, pero tenía ascendencia inglesa y alemana. Era lingüista, conocía muchas lenguas, también antiguas, y se inspiró sobre todo en leyendas y cantares de gesta anglosajones, germánicos, celtas y nórdicos para componer su complejo mundo fantástico. Sus referencias eran antiguas y sobre todo medievales.


No es la fachada de la Porta Nigra, la puerta principal de la ciudad romana, del siglo II d. C.
Son las puertas de Mordor, el País de las Sombras. Hay que cruzarlas para llegar al Monte del Destino.


Luxemburgo, Tréveris, Alsacia y Lorena (de cuya región Metz es la capital) son territorios históricos situados entre Francia y Alemania, tienen un rico pasado galoromano, franco y germánico, y conservan muchos restos antiguos y medievales. Es normal, por eso, encontrar en ellos ciertas analogías con nuestro imaginario de la Tierra Media de Tolkien. Además, han sido territorios disputados por ambos estados a lo largo de mucho tiempo, se puede decir que están en una tierra media entre ambos países.


No es el Emperador en Majestad, representado en una vidriera del último cuarto del siglo XII de la Catedral de Estrasburgo
que se conserva en el Museo de la Obra de la Catedral.
Es Sauron, lugarteniente de Melkor, Señor Oscuro, Señor de Mordor, y forjador del Anillo de Poder.


Habían pasado exactamente 30 años, estaba muy lejos de Covarrubias y hacía mucho que me atraía más la realidad que la fantasía. Pero volvía a ser verano, y viajaba por la Tierra Media, jugando con la imaginación.


No es Júpiter a l'Anguipède, un motivo típico galorromano, del siglo II d.C., en el Museo de la Obra de la Catedral, en Estrasburgo.
Soy yo mismo, cabalgando por la Tierra Media, en verano, con mi imaginación.




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